miércoles, diciembre 06, 2006

Cita del día

El poder infinito engolosina el alma de los mortales, por suerte hasta los hombres poderosos algún día deben morir.

Sabueso Vudu



El comisario Pantoja se llego a la delegación “Los Olivos” a la 8:15 AM; con prisa y un genio endemoniado, cuestión del trafico de la ciudad. Apenas si dio los buenos días y siguió hacia su oficina. Mucha gente empezó a moverse en la delegación al verle. Cuatro funcionarios esperaban con unas previsibles carpetas en manos a las afueras de la oficina del comisario. Al cabo de un rato les hizo pasar, eran los jefes de las distintas divisiones de aquella delegación a cargo de Pantoja. Un tipo curtido en el seno de la policía judicial, poco menos de un lustro para alcanzar los sesenta años de edad, pero fuerte, lejos aun de la senectud, Veintinueve años y siete meses de servicio, cuatros cangrejos de oro, otros múltiples reconocimientos, una buena reputación y solo cinco meses para jubilarse.

Los inspectores colocaron sus carpetas en el escritorio del comisario y tomaron asiento enfrente de él, era la rutina de todos los comienzos de semana. Como siempre comenzó con la carpeta del jefe de la división contra robos, siguió con antidrogas , luego anti extorsión y secuestro y por ultimo homicidio. Las cifras de la semana pasada estaban dentro de los promedios, no había que escandalizarse sabiendo de antemano la violencia del país. Dieciocho denuncias por robo, cinco vehículos hurtados, seis kilogramos de estupefacientes y psicotrópicos decomisados en diferentes procedimientos, un secuestro expreso y seis homicidios. Móviles; dos por enfrentamientos con cuerpos de seguridad, policialmente resueltos; uno, venganza, policialmente resuelto; otro, crimen pasional, policialmente resuelto; otro por ajustes de cuentas entre bandas, policialmente resuelto y por ultimo un infanticidio, móvil por determinar, caso abierto.
Observo detenidamente el expediente, niña de aproximadamente nueve años de edad, encontrada dentro de una bolsa de basura abandonada en la ribera oeste del caño Amarillo a pocos metros de un marginal barrio citadino, Ochenta y dos por ciento del cuerpo quemado, una abertura en la caja toraxica, extraído el corazón. Ningún registro, ninguna concordancia con casos de niños desaparecidos. Nada de evidencias, nadie vio nada, aun esperaban por las pruebas de dactiloscopia y la necropsia de ley. Algún astibo de analogía le hizo aflorar reminencias. Ordeno dejar el caso en su escritorio, lo tomo a cargo personal. Apenas quedo solo empezó a escudriñar el caso, cayo en cuenta de algo que le causo asombro. Las casualidades no podían sucederse con una constante tan perfecta. Mando a buscar los expedientes de los tres casos anteriores dispersos en otras delegaciones de otras tres ciudades en las que hubo trabajado. A los días tuvo las carpetas en su escritorio.

Arrellenado en la comodidad de su sillón ejecutivo releía los casos anteriores. Había obviado la alternancia en las fechas, periodos constantes de nueve años con nueve meses. Nacía cada vez, una ofrenda idéntica para sacrificio, el mismo sexo, la misma edad, un rito idéntico. Tenia que ser el mismo asesino pero siempre había otra persona para incriminar. Le agarro la noche haciendo comparaciones y conjeturas en su oficina. Mientras mas leía más absorto les dejaban las analogías. Una ventana abierta en su cubículo dejo colar un aire gélido y cargado del tenebrosísimo de la media noche. Mal augurio. Un escalofrió visceral nada ordinario en él le hizo erizar los vellos de la piel. Se auto recrimino. “A tu edad y dejarte embaucar por zoquetadas”. Tenia las piernas entumecidas, no se había levantado del sillón en horas. Con esfuerzo se puso en pie, ya estable se dirigió a cerrar la ventana y volvió al sillón. Pidió al recepcionista de guardia que le subieran un café tinto y caliente acompañado con un sándwich de esos de atún que preparaban en la cantina. Después del refrigerio se volvió a enfrascar en los expedientes que tenia en mano hasta que le venció el sueño. No era la primera vez que algún caso le hacia amanecer en su oficina.

Se despertó temprano, dormía poco. Luego de asearse salió de su oficina y se dirigió carpetas en manos hacia la división de homicidios. Llevaba mucho entresijo pero sumido en una preclara disyuntiva. Los hombres pueden resistirse a su destino pero ninguno zafarse de su Karma. Llego a homicidios soltando imperativos y pidiendo la urgencia de lo que se necesita para ayer. Se hizo todo tal y como ordeno y con la debida premura. Exhumar seis cadáveres en un día y en tres ciudades diferentes era un exabrupto que solo alguien con su poder podía lograr. Los cuerpos de los presuntos asesinos se encontraron pero no así los de las niñas, ni en las fosas ni en los ataúdes se encontraron signos de profanación. Todo le estaba muy claro. Pantoja lanzo improperios y maldiciones en voz baja. Recordó con nitidez espasmódica los desenlaces anteriores. Algunas sospechas levanto en las directrices del órgano investigativo su inusitado movimiento. Le ordenaron dejar el caso a cargo de otra delegación, la prensa amarillista ya había empezado a hacer especulaciones. Sintió algo de frustración, también ira.

Necesitaba algo de descanso, se llego a su casa algo turbado, apenas se recostó a dormir la siesta le sobrecogió un extraordinario vuelo de ideas, imágenes que nunca había vistos y aquella extraña sensación corporal de dolencia, como si le estuviesen hiriendo con alfileres. Vio al mago negro, le recordaba bien. Si todo era igual ya sabia en donde encontrarle. Salió a buscarlo con determinación, ya no había ordenes que importaran, los ojos le brillaban, iba como sumido en un trance autista. Se fue a las riberas del cauce; ya no importaba llamarlo río, caño, ni usar un denominativo, solo un cauce, llámese como se llame. Aguas abajo debería estar el rancho de bahareque, camino poco más de un kilómetro hasta hallarle tal y como se lo había imaginado. El hombre de color tenia que estar dentro, semidesnudo, muchas velas encendidas a su alrededor, sumido en un grotesco ritual de magia negra; animales degollados, mucha sangre, espeso humo con un nauseabundo olor a azufre. Entro tomándole la espalda, su diestra empuñando una pistola calibre nueve milímetros Pietro Beretta. El negro soltando un palabrero en lenguas. Le dio la cara bruscamente, los ojos netamente blancos, la sonrisa sardónica, sosteniendo entre sus manos el corazón recién extirpado de algún animal, ya no hubo impresión. Noto que algo había cambiado. Apunto a la cabeza. El negro comenzó a reír malévolamente, él también. Entre las macabras risas se confundió el mortal estruendo.

Al otro día reseñaba la prensa “Comisario que se suicidio presuntamente estaría implicado en crímenes de ritual satánico”
AGRANDADOR DE PENES/ MANUAL DE TECNICAS FOTOGRAFICAS